
El teléfono sonó cuatro veces, seguidas de un pitido. No le saludé.
—Estás metido en un lío —dije despacio, enfatizando cada palabra—, en uno bien grande. La próxima vez, los osos pardos enfadados te van a parecer oseznos domados en comparación con lo que te espera en casa.
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Me daba igual que debiera estar enfadada con él. No me preocuba que tuviera que estar enojada con todos. Extendí los brazos hacia delante, hallé sus manos en la penumbra y me acerqué a Edward, cuyos brazos me rodearon y me acunaron contra su pecho. Mis labios buscaron a tientas los suyos por la garganta y el mentón hasta alcanzar al fin su objetivo.
Me besó con dulzura durante unos segundos y luego rió entre.
—Venía preparado para soportar una ira que empequeñecería a la de los osos pardos, y ¿con qué me encuentro? Debería haber hacerte rabiar más a menudo.
—Dame un minuto a que me prepare —bromeé mientras le besaba de nuevo.
—Esperaré todo lo que quieras —susurraron sus labios mientras, rozaban los míos y hundía sus dedos en mi cabello. Mi respiración se fue haciendo cada vez más irregular.
— Quizá por la mañana.
—Lo que tú digas.
—Bienvenido a casa —le dije mientras sus fríos labios me besaban debajo de la mandíbula—. Me alegra que hayas vuelto.
—Eso es estupendo.
—Um —coincidí mientras apretaba los brazos alrededor de su cuello.